lunes, 7 de junio de 2010

Mi papá trabaja casi todos los dias, cuando no tiene que trabajar va a tomar o se queda a dormir en casa, mi madre, siempre atenta y pocas veces dispuesta a ayudar sin gritar palabrotas, le sirve el desayuno, almuerzo o cena en la cama dependiendo de la hora. Luego hablan, o mejor dicho, discuten por pagos, las notas de sus hijos, incluso por una falsa falta de comida o simplemente por injusticias del pasado.

Estoy acostumbrada a verlos discutir, a intentar en vano el detener las discuciones con más gritos. Lo sé, lo hago mal. Pero no soporto ver que mis padres se lanzen gritos frente a mis hermanos menores. A veces me pregunto que tanto faltara para que alguien en esta familia alze su voz más que la mia, y es suficiente decir que todo cuanto hago ya se los he contado.

A pesar de todo, cuando estoy sin ellos, ya sea en la calle o con mis amigos, pienso en ellos y en cuan poco estaban destinados a ser padres, pues lo hacen mal. Mi papá vive por y para su trabajo, mi madre para los gritos, y mis tres hermanos para sus vicios infantiles.

Quisiera poder ignorar todo, pues en nuestra modesta casa viven seis personas que se ignoran unos a otros y cuando se hablan solo se procuran gritos feroces, y muy pocas veces golpes.

Pero nada duele más que las palabras.