lunes, 28 de febrero de 2011

El esposo.

Él es tan cínico… cree que lo que hace siempre está bien, cree que todas sus decisiones económicas son su única opción, sabe lo que hace. No es un niño, es un adulto. Tiene trabajo y familia… y a pesar de todo está equivocado. Cree que todos sus hijos lo sobrevaloran, cree, cree y cree…

Pero se ha dado cuenta que las cosas le salen mal. Sí, el tiro le sale por la culata. Y de no ser por su esposa que siempre lo ama, lo cuida y lo perdona…de no ser por ella quizá ya se hubiese dejado caer, quizá sea ese pacto matrimonial que lo tiene sujeto a su familia, pero algo de lo que todos desean que se arrepienta…es de dañar a su sangre. De regar su sangre por doquier… Porque quienes han bebido de su sangre ahora atacan a su familia.

No, no son amenazas, no atacan con armas, no pretenden nada más que ahogarnos en la verdad de su personalidad. En cuanto sufriremos…En cuanto estamos sufriendo, en cuanto sufre su esposa que lo ama con la misma intensidad que cuando se casaron. Lo ama, lo perdona. Solo ella. Ella contra la corriente. Y por eso mismo sufre silenciosamente.

Pero el esposo no sabe…que todo por lo que ha luchado, por quienes se “ha esforzado” con esmero –sus hijos- no piensan en él como un padre. Piensan en él como cualquiera pensaría de un pobre diablo,… y que cuando se dé cuenta de lo que tiene, de lo que ha perdido…se arrepentirá. Estará solo y morirá solo, porque si un padre daña a su familia…simplemente lo odias.

Porque si eres parte de una familia rota en mil pedazos…te das cuenta que no podrás unir todas las piezas, que siempre habrá un hueco, algo que falta, y aquello que falta…es una pieza tan fina que simplemente es irreparable.

Y él es esa pieza.

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